martes, 12 de enero de 2010

::CAPÍTULO 2 - PARTE 2::


-Me alegro de verte; aún dadas las circunstancias.
-Y yo estoy sorprendida.

Ambos continuaron camino lentamente a lo largo del cementerio, dirigiendo sus vagos pasos hacia la lápida bajo la cual descansaba para siempre el cuerpo de Sara; los restos de la querida y atormentada Sara que tanto añoraban.

Aquella reunión… y la sensación vacua y fría que provocaba en su interior al comprobarse de nuevo al lado del causante de los males de Sara era cada año más insoportable. Y de nuevo Iris, como siempre, prometió que aquel sería el último. ¿De qué servía intentar buscar respuestas a preguntas que nadie parecía entender? ¿Cómo llegar a comprender que alguien como Sara estaba muerta, fuera de sus vidas, para siempre?

Notó la mano del anciano posada con ternura sobre su hombro; y con un leve gesto la apartó.

La mañana continuaba igual de fresca y una ligera brisa comenzaba a levantarse, pero Iris sólo sentía desazón por no haber estado preparada para el encuentro. Sasia la había abordado esta vez justo en la entrada de los terrenos de la Iglesia, a diferencia de otros años, y la había cogido totalmente por sorpresa. Todavía tardó un par de minutos en recomponer su mente y regresar a la realidad del presente, de un presente sin Sara y con Sasia.

Sin Sara…

De repente notó cómo las lágrimas comenzaban tímidamente a brotar de entre sus párpados semiabiertos. En pocos segundos no podría mantenerse en pié y poco más tarde perdería la poca calma que todavía era capaz de mostrar. Tenía que serenarse; mantenerse firme.

Tras años sin saber nada de ella, un día como otro cualquiera Sasia llamó por teléfono. Su voz sonaba apurada y entrecortada, y apenas unas palabras salieron de entre los labios de viejo vagabundo: “Está muerta, Iris; Sara está muerta”

-Te sorprende que siga vivo. – Consideró Sasia. – Pero no debería extrañarte. Debería haber muerto hace muchos años, cierto; debería haber muerto casi antes de haberos conocido. Pero entonces me encontré con ella y…
-Sasia; por favor. – Cortó Iris tristemente cansada. - No me importa por qué crees que sigues vivo ni cuando creas que vas a morir.
-Por supuesto. - Sasia miró apesadumbrado hacia sus vacilantes pasos. – Has venido a lo que has venido.
-Exacto: a presentar mis respetos a la persona que más quise en este mundo y a escuchar lo que tengas que contarme sobre ella.
-¿Lo sabe Valentín? – Añadió. - Que Sara sigue siendo más importante.

Iris frenó en seco sus pasos y lanzó una aviesa mirada hacia la torva sonrisa de Sasia.

-Lo único que aquí importa es lo que tú sabes.

Sasia seguía siendo toda una incógnita para ambos; tras tanto tiempo con ellos, desde la desaparición de Sara pareció perder interés en todo lo que no fuese única y exclusivamente la propia Sara, por lo que su relación con Iris y Valentín fue perdiendo tanto familiaridad como cercanía. Poco a poco dejaron de verse tanto como antes; poco a poco dejaron incluso de llamarse; y al año apenas había contacto alguno. De hecho no estaba ni siquiera segura de que Sasia hubiese pasado aquel tiempo en la misma ciudad que ella.

Por supuesto la cercanía de Valentín fue un punto clave no sólo para intentar superar de la mejor forma posible la desaparición de su eterno amor, sino también para pasar página en todo lo relacionado con ella; y eso incluía de manera poderosa al anciano que simulaba una cojera que estaba casi segura no tenía. Desde sus contactos y amistades, Valentín intentó infructuosamente descubrir algo, lo que fuese, del pasado de Sasia: quién era en realidad, dónde había nacido, dónde y con quién se había criado, quienes eran sus padres, si tenía hermanos o no, si tenía algún familiar por lejano que fuese… movió más hilos e intentó conocer los datos más aparentemente irrelevantes de su vida: si tenía cuenta corriente, seguro médico, propiedades, rentas, deudas… incluso llegó a conseguir poner un par de hombres en las calles durante un par de meses con el único objetivo de preguntar por la ciudad y alrededores sobre el viejo: qué lugares frecuentaba, dónde comía, dónde cenaba, quien era el dueño de la pensión en la que dormía, a quién visitaba, con quién hablaba…

Tras la búsqueda se encontraron en la misma situación que al principio: no sabían nada realmente trascendente sobre Sasia; nada… revelador. Era un ciudadano más, como cualquier otro, con un par de multas de hace décadas y una vida bastante nómada.

-Será mejor que te sientes.

Las palabras de Sasia casi resbalaron desde sus labios e Iris apenas tuvo tiempo para pensar; se sentó al poco en el banco de piedra desde el cual podía apreciarse a escasos metros la tumba de Sara.

Sin embargo, si algo sabía de Sasia era su patente consideración como un analítico animal de costumbres; no solía dejar nada al azar, no solía cambiar lo previamente planeado y sobre todo no solía acalorarse o dejar que los nervios revelasen su verdadero estado de ánimo.

Lo poco que Iris podía leer en su rostro, aún siendo prácticamente insondable, no era precisamente calma o sosiego.

Y entonces se dio cuenta; se dio cuenta de que no la había esperado sentado en el banco sino que había incluso salido del cementerio para encontrarse en su camino y recorrer juntos la distancia que les separaba de su objetivo por aquel día. Y para ello tenía que existir una razón.

Sasia sabía algo; y ojalá fuese la causa de la muerte de Sara. Comenzaba a cobrar sentido intentar buscar respuestas a preguntas que nadie parecía entender; empezaba a esperar comprender que alguien como Sara estuviese muerta, fuera de sus vidas, para siempre. Iris había sufrido muchísimo la pérdida, y aún a pesar del inmenso dolor que había experimentado y el que podría llegar a soportar, quería… deseaba… necesitaba saber qué había sucedido, quien lo había hecho y sobre todo de qué modo le había sido arrebatada la vida a su eterna y amada Sara. No podía evitar desear conocer el destino que había vivido su amor por mucho que volviese a arriesgarse a sufrir lo indecible.

-Sasia. – Comenzó a decir Iris mientras masajeaba lentamente las sienes. – Como ya supones Valentín no vendrá; y esta vez no pondremos ningún tipo de excusa estúpida.
-No le culpo; me odia. – escupió. – Pero han pasado ya cinco años desde la muerte de Sara, y esté presente Valentín o no, hay ciertas cosas que no deben permanecer encerradas; al menos no durante más tiempo.

Mientras hablaba no dejaba de mirar la lápida. Sus manos se movían nerviosas a ambos lados del cuerpo, en los bolsillos, como jugando con algo. Sus pies, distraídos, cambiaban el peso del cuerpo de un lado a otro. Así que al final aquel viejo vagabundo sabía algo. La espera se haría interminable, pero siempre era mejor no precipitar la situación si se quería acabar escuchando lo que Sasia tenía que contar.

Iris se conformó con apretar los puños, también en los bolsillos, y esperar pacientemente que continuase.

-Ella te quería mucho; muchísimo. – prosiguió. - Tanto que incluso dudo que sepas realmente cuanto. Lo habría dado todo por ti, a pesar de que su cuerpo no era capaz de sentir todo lo que podías ofrecerle y a pesar de que eras tú misma la que de manera más cruel la hacía sentir diferente y apartada. – Sus ojos se desviaron brevemente buscando los de Iris, tal vez para comprobar qué reacción podía esperar de ella tras aquellas duras palabras. – Si tanto la querías… ¿Por qué día tras día la instabas a compartir su don con los demás? ¿Por qué la presionabais tanto?
-¿Pero cómo te atrev...
-¡Me atrevo! – cortó de inmediato. - ¡Claro que me atrevo! ¿Por qué crees que opté por equilibrar la balanza? ¿Por qué crees que me veía obligado día tras día a recordarle que su habilidad era sólo suya? ¿Sabes acaso cuanto llegué a sufrir con ello? ¡Su voluntad era ya lo suficientemente pura como para llegar a las mismas conclusiones que vosotros de manera más pausada dada su enorme responsabilidad! ¿Acaso no puedes llegar a imaginar el peso que soportaba sobre sus hombros? La teníais sometida a demasiada presión… Valentín con su moral social extrema; tú con la obsesión del por qué y del cómo… - de repente bajó sensiblemente el tono de sus palabras. - Y encima se os ocurre la brillante idea de regalarle una suerte de disfraz de payaso… - terminó por murmurar.
-¡Sólo era una broma! – Tartamudeó. Iris no salía de su asombro y apenas podía pronunciar palabra. – para… para quitarle hierro al asunto; para hacerla reir… para que lo viese todo como…
-Valiente estupidez. – Volvió a cortar.
-¡Pero bueno! – Iris no pudo evitar levantarse del banco y dirigir una amenazadora mirada hacia Sasia. - ¿Has venido hasta aquí para culparme de la muerte de Sara? ¿Pero qué derecho crees que tienes…
-Mírame a los ojos y dime que no tengo razón. - Sasia se había levantado hasta situarse frente a Iris y la agarró con fuerza por los brazos. – Dímelo; dime que no pudiste haber hecho algo más por ella; por su situación. Dime que no pudiste haberla hecho un poco más feliz limitándote a quererla sin juzgarla.

Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre la desconcertada y enmudecida Iris.

-Lo siento, pero tenía que decírtelo.

Sasia volvió a sentarse en el banco con la intención de dar a Iris el suficiente tiempo para pensar y asimilar lo que acababa de escuchar. Sabía que habían sido muy duras palabras pero consideraba que dadas las circunstancias su reacción no había podido ser más comedida, pues en realidad, a sus ojos, habían sido Iris y Valentín los detonadores de una situación que se había esforzado enormemente en equilibrar.

Aunque, en realidad, también él había fracasado, pues no había sido capaz de restaurar el ánimo de la pobre y dulce Sara.