sábado, 5 de diciembre de 2009

::CAPÍTULO 1 - PARTE 5::



Iris y yo vivimos en un onceavo; no es un piso muy grande, pero es mucho más que suficiente para nosotras dos. Tenemos una terraza a la que salgo habitualmente a fumar un pitillo o dos al día para evitar que la casa huela demasiado a tabaco (ya es suficiente con el olor que dejan los cigarros de Sasia) y para intentar despejarme. La terraza es otro de esos sitios donde puedo desconectar un poco de todo; me dedico a mirar con calma y sin objetivo concreto alguno el callejón sin salida sobre el que se asoma y la calle principal, de la cual algo se atisba.

No es un barrio muy seguro, pero de día no suele haber demasiados problemas. Aunque no hay mucha presencia policial (sí algo más que en otras zonas de la ciudad; eso es cierto), todos los que viven por aquí saben a qué atenerse para no meterse en problemas; a saber: evitar miradas directas a cualquier viandante con aspecto extraño, no entrar bajo ningún concepto en cierto tipo de locales, caminar deprisa, a partir de las nueve de la noche preferiblemente haber llegado a casa, acompañar siempre a los pequeños al colegio…

Leyendo lo que escribo incluso a mi me parece una zona realmente peligrosa… pero no lo es tanto como pudierais pensar.

Pero ayer, alrededor de las tres de la mañana, mientras Iris descansaba plácidamente, salí a fumar uno de esos pitillos.

Las palabras valiente y cobarde son bastante curiosas y solemos utilizarlas un poco a la ligera en nuestro día a día, cuando en realidad deberíamos tener en cuenta que somos simples habitantes de una ciudad del primer mundo, una ciudad ordenada y moderna, civilizada (eso dicen), con una rutina en la que muy raras veces nos encontramos en situaciones verdaderamente extremas. Y sólo así, enfrentándonos a una situación límite, podemos saber cual es nuestra verdadera naturaleza. Los conocidos o etiquetados como valientes pueden llegar a derrumbarse relajando sus esfínteres y babeando entre palabras de compasión, y los estigmatizados como cobardes pueden ser capaces de, tal vez sin darse cuenta ni ser completamente conscientes de la situación o todo lo contrario, entrar directamente y con todos los honores en el Valhalla.

Claro; a mi no se me pueden aplicar ninguno de los dos apelativos, pues en el fondo ser cobarde o valiente es actuar en función de las consecuencias que podríamos sufrir: o intervenimos sin importarnos las secuelas o nos quedamos quietos pensando en la salvaguarda de nuestra propia integridad; eso es lo que a mí no me afecta. Si decido intervenir o no sólo depende de lo que libremente escoja; de mi moral; de la ética que mis padres tuvieron a bien en inculcarme en el poco tiempo que tuvieron para hacerlo y en la que Dora me instruyó; la misma de la que Sasia intenta liberarme.

Me tiré de la terraza.

No sé por qué lo hice, ahora que lo pienso. En cuanto vi a una de las indigentes del barrio arrinconada en la esquina más oscura del callejón que hay bajo mi terraza me hirvió la sangre; Tres figuras le estaban dando una silenciosa paliza.

¿Alguna vez habéis escuchado el sonido de un cuerpo al caer sobre el pavimento desde una altura de once pisos?

Me levanté en cuanto me lo permitió la caída, y ninguno de aquellos tres gilipollas estuvo nunca preparado para lo que vieron sus ojos. Sin pensarlo me acerqué al más próximo y le golpee con todas mis fuerzas en la entrepierna; el segundo, absurdamente estupefacto, no había reaccionado todavía.

Por lo general siempre que golpeo a alguien o a algo lo hago con todas las fuerzas que posee mi cuerpo, y eso me ha enseñado que la verdadera fuerza del ser humano está más allá de lo que creemos. Siempre que lanzamos un puñetazo o una patada lo hacemos conscientes de nuestra fuerza y del daño que podemos causar y del daño que podemos recibir; pero como digo hay excepciones: Todos hemos escuchado historias sobre fulana, quien tras ver cómo su hijo era aplastado bajo un coche lo levanta de manera asombrosamente fácil para rescatar a su descendiente; o sobre mengano, quien tras ser sepultado bajo toneladas de escombros incendiados fue capaz de sobrevivir gracias a la asombrosa fuerza que sacó de quien sabe donde. Incluso sobre zutano, aquel que fue aplastado por media tonelada de roca compacta de la que consiguió deshacerse con brazos y piernas.

Por mi parte y en momentos de relajación, soy capaz de pegar con todas mis fuerzas repetidas veces y sin sufrir daño alguno para terminar por destrozar una pared de madera considerablemente gruesa. No es que tenga más fuerza que la media; es sólo que puedo hacer uso de ella al ciento cincuenta por cien. Eso si: tardo un rato largo.

El segundo recibió tal golpe con el codo en pleno rostro que murió al instante, pero el tercero ya estaba todo lo dispuesto que se podría estar en aquellas circunstancias. Saltó sobre mí intentando clavarme la navaja que había sacado del bolsillo de su cazadora; lo intentó una, dos y hasta diez veces en distintos lugares; el primer objetivo del navajazo había sido el estómago.

Cuando estamos acostadas en cama o en cualquier rincón de la habitación descansando plácidamente tras los únicos instantes en los que Iris me deja fumar en casa, mi cabeza está más confundida que nunca. Intento relajarme, por supuesto, labor en la que he mejorado considerablemente a raíz de los consejos y el apoyo de Sasia, pero cada día que pasa me obsesiono más con la idea de que Iris se merece a alguien mejor.

Las tres siguientes puñaladas después de la tercera perdieron completamente el norte, y fueron más bien golpes lanzados al azar con el objetivo de apartarme, de alejarme; sus ojos querían expresar una mezcla entre sorpresa y terror pero se quedaban en abyecta fascinación, y cuando asestó las últimas cuatro en el costado izquierdo, axila, cara y abdomen, yo ya estaba apretando su cuello con toda la fuerza que mis músculos podían proporcionarme.

Dos inconscientes y dos muertos, pues la indigente a la que habían apaleado murió hoy mismo en el hospital. Era a la que iris llevaba siempre un café caliente antes de ir al trabajo.

No fue la primera vez que cercené una vida, y muy posiblemente no será la última.

A Valentín lo conocí en circunstancias similares; es policía (novato, le llaman) y lleva un año en la ciudad. A Iris no le gusta demasiado, pero yo creo que no es mal chico. Vive puerta con puerta con nosotras (esta ciudad es más pequeña de lo que se pudiese pensar) y de vez en cuando nos invita a un buen café importado en su piso; Nació en un pueblecito del sur y le encantan los animales, el café, las películas de Bruce Lee, Sorolla y la navidad. No es la combinación más idónea para una persona, pero me gusta; y creo que somos los únicos amigos que tiene en la ciudad.

Además está locamente enamorado de Iris, por mucho que quiera disimularlo.

Es a Valentín a quien no le gusta Sasia, pues no comparten la misma idea sobre los conceptos de justicia y honor. Sasia dice que esas nociones son tonterías inventadas en la antigüedad para crear adeptos con los que conquistar ciudades y hacer la guerra con el apoyo de Dios y sus falsas doctrinas. Insiste en que siendo herramientas tan políticamente correctas y tan poderosas, suponen el invento más lucrativo de las clases mandatarias, pues utilizándolas en su beneficio muchas muy buenas y desinteresadas personas han perecido engañadas en guerras estúpidas. Y no le falta razón. Pero Valentín defiende la idea de que todo ser humano que pueda ayudar a otro debe hacerlo en busca de un acto ejemplarizante que se extienda como una plaga tras la cual los unos cuidaremos vehementemente de los otros.

No le entendáis mal; es bastante realista y sabe que eso es imposible, pero hace todo lo que puede por ayudar a los demás. De hecho, si estuviésemos en la edad media llevaría orgulloso una armadura oxidada y quebrada, y estaría dispuesto a salvar de la malvada bruja a la más bella de las princesas; a Iris.

A veces pienso que yo soy la bruja; el dragón; el sheriff de Nottingham; pues cada vez que me meto en problemas veo claramente lo que haría Valentín; y también lo que haría Sasia. Uno correría presto tras las voces de socorro de cualquier rincón oscuro sin más armas que su buena voluntad y su mejor determinación; se enfrentaría a lo desconocido de manera directa y sin temor; y sobre todo de manera consciente. El otro haría oídos sordos y se preocuparía por su propia vida e integridad, también de manera consciente, aceptando que es en ocasiones el azar el que domina nuestras vidas; tampoco esperaría ayuda de nadie en caso de verse él sometido a las crueldades de la violencia. Intentaría sacarse las castañas del fuego de la mejor manera posible contando únicamente consigo mismo.

No es que uno sea más valiente que el otro; ni siquiera significan sus opiniones que uno de los dos sea más egoísta ni que piensan como piensan debido a motivos egocéntricos. Ambos son valientes y han vivido situaciones extremas.

También ambos admiten, en todo caso, haber sentido miedo en más de una ocasión: Sasia cuando creyó encontrarse ante la muerte en el invierno de Siberia sin haber cumplido su misión en esta vida, y Valentín la noche que entró en nuestras vidas; hasta la cocina.