viernes, 18 de diciembre de 2009

::CAPÍTULO 1 - PARTE 10::



No dijo nada ni siquiera cuando salió por la puerta.

Imagino que piensa que ya he tomado una decisión, que ya se qué hacer con mi vida; pero está completamente equivocado. En el gimnasio tengo fama de tenaz; en el edificio tengo fama de borde; en el barrio de problemática, en la cafetería de amable, en la escuela de comprensiva, en el bar de habitual, en la biblioteca de rara, en la facultad de rara, en el mercado de intransigente, ante la ofensa de violenta, frente a la autoridad de recelosa, en la religión de agnóstica, en la política de resentida, en la cama de insensible, en la filosofía de escéptica…

Siendo como soy o como creo considerarme, con todos los problemas, preocupaciones, dudas y prejuicios que ostento… ¿Con qué cara puedo decirle a la gente lo que debe o no debe hacer? ¿Con qué derecho debo inmiscuirme en el natural devenir de los acontecimientos? ¿Con qué base puedo considerarme protectora de los desamparados?

No soy una justiciera, por si lo piensa alguien; ni siquiera… ni siquiera creo ser la figura que cualquier otro quisiera ser.

Alba era una señora muy muy mayor cuando murió. Vivía en el tercero Izquierda y de algún modo sospecho que el señor Vulnus era suyo. En todo caso siempre fue una señorita muy amable y cortés, y cuando se enteraba (quién sabe cómo) de que Iris o Valentín estaban enfermos, insistía en prepararnos un consomé y comidas varias para fortalecer el cuerpo y sanar pronto (palabras textuales). Nuestra relación nunca fue más allá, pero a cambio, cuando la veíamos esforzada subiendo la escasa compra semanal intentábamos echarle una mano; y cuando los demás vecinos le achacaban demencia senil o hablaban mal de ella en nuestra presencia no les quedaban ganas de volver a hacerlo.

Insisto en que nuestra relación con ella nunca fue más allá; y de hecho nunca tuvimos conocimiento de que estuviese tan enferma. Hasta que murió.

En el tercero viven ahora unos jóvenes que están ocupando la casa; desconozco si alguno de ellos era familiar de Alba o si ocuparon la vivienda. A veces hacen asambleas en las que pretenden encontrar el modo de solucionar los problemas del mundo entre buenas ideas y voces subidas de tono. Sasia fue de vez en cuando a alguna de esas reuniones simplemente a escuchar; imagino que en ocasiones tiene cierto interés por comprobar si es posible escuchar algo nuevo y diferente, pero siempre se encuentra con lo mismo.

Sin embargo, aunque Sasia no está de acuerdo con las ideas de estos jóvenes, sí le llamó poderosamente la atención la cantidad de energía que desplazan (que “gastan inútilmente”, según él) hacia proyectos o ideas o intervenciones destinadas a mejorar la sociedad; intervenciones en las que aparecen fundamentalmente las palabras “ayuda” y “compartir”: Consideran con vehemencia que si alguien desarrolla un don o perfecciona un conocimiento debe hacerlo extensible a los demás.

Esta debe ser la premisa que más veces he escuchado desde que tengo cierto conocimiento del mundo que me rodea. Es precisamente esta la opción más “políticamente correcta”, la que todo el mundo proclama; la que se da por hecho que sucede en todas las ocasiones, pero la que muy pocos demandan y consuman desde la verdad y la sinceridad.

Ellos sí lo hacen: se esfuerzan tremendamente en ayudar a la sociedad a recuperar valores en su mayoría perdidos. Por lo que me contó Sasia no tienen mucho que hacer frente al sistema social establecido, pero no pierden la ilusión de cambiar las cosas; aunque sea de manera individual; aunque sea a un nivel ínfimo.

No hace mucho, en la parada del autobús que me deja cerca de casa y que sale desde la zona industrial, asistí finalmente perpleja a una conversación mantenida por dos… adolescentes (no pasaban de los veintipocos) sentados en la parte de atrás. En la charla hacían mención a alguien en particular que había hecho nosequé a nosequién en el centro comercial; una especie de paliza abusiva y sobre todo (aunque no únicamente) de palabra, pero además tocaban muchos y muy reveladores temas relacionados con quien tiene derecho a qué con quién en cuanto a insultar, pegar, vejar, mandar, obligar… desde su propia perspectiva de la vida.

En otras conversaciones de veintimuchos la cosa no cambia demasiado; y con gente de más edad (treinta y pocos) la cosa cambia ligeramente: les gustaría imponer sus gustos, consideraciones, opiniones e ideas a golpe de fuerza; en su mayoría.

Los más adultos se cargarían a tres cuartas partes de la sociedad (sobre todo a los jóvenes), harían una tábula rasa y punto. En general.

Por lo que acabé concluyendo de lo que escuché en aquella ocasión y en muchas más, a los jóvenes les encantaría ser indestructibles, invulnerables, inmunes, y muchos de ellos se lo creen de verdad. Si alguien es maleducado con ellos les gustaría darles una lección y dejar claras las cosas. Me interesan sobre todo aquellos que dejarían con vida a los imbéciles, sobre todo para darles la opción a recapacitar y cambiar.

La verdad es que es tentador.

Mucho.

Valentín dejó hace un mes un par de números de teléfono sobre el mueble de la entrada, y pocos días después fue Iris la que sacó de nuevo el tema: al parecer habían decidido que era preciso que alguien me ayudase a comprender qué sucedía exactamente con mi cuerpo; con mi invulnerabilidad; con mi… tara. Al principio apenas quise sopesar que ambos detalles estuviesen relacionados, pero al parecer tanto Valentín como Iris han llegado a la conclusión de que debo ponerme en manos de alguien que pueda ayudarme a entender.

Una semana después fueron de nuevo ambos, esta vez juntos, quienes insistieron en hacerme ver la acuciante necesidad de confiar mi secreto a alguien más; alguien que pueda atisbar que sucede a nivel microscópico con mi habilidad. Y lo único que han conseguido de momento es hacerme sentir incómoda cada vez que estoy con cualquiera de los dos, bien juntos o por separado; la ansiedad que experimento… el miedo a que el tema salga de nuevo a la palestra hace que siempre que pueda me busque una excusa, la que sea, para estar sola en cualquier otro lugar. Cualquier cosa antes que verme obligada a responder a sus preguntas; a sus inquietudes. Y esta presión hace que me sienta cada vez peor. No entienden que llevo demasiados años enfrentándome a lo desconocido y estoy cansada: prefiero aceptarlo, aún con reservas, y olvidarlo en la medida de lo posible.

Entiendo su preocupación, por supuesto, puesto incluso afirman sin equivocarse que de un tiempo a esta parte mi carácter ha cambiado; y no para mejor. Yo se que no soy feliz, y ellos sólo lo sospechan. Opinan que tal vez si dejo que me ayuden pueda volver a ser la de antes. Lo se. Pero… a sabiendas de la razón que ambos tienen no puedo evitar intentar deshacerme de la molestia que implica enfrentarme al problema.

Dos semanas después eran diarias las discusiones que teníamos, y desde hace ocho días no dormimos juntas. Me duele, claro, pero se que Iris me echa de menos mucho más que yo a ella. Al fin y al cabo nunca he sentido los abrazos que me regalaba al caer la noche ni los besos con los que me obsequiaba al empezar un nuevo día.

Hoy hemos vuelto a discutir, y cuando Iris me insultó no me sentí en absoluto invulnerable; al menos no tanto como para no notar su frustración y mi vergüenza. Sentí dolor.

Falta apenas una hora para que salga el sol y duerme todo lo plácidamente que puede tras nuestra fuerte y última discusión. Al parecer ya no soporta mis constantes dudas, mis titubeos, mis vacilaciones, mi dependencia, al cabo, de lo que puedan pensar los que están cercanos a mí. Si no puedo tomar mis propias decisiones sin que Valentín o Sasia estén presentes acabaré pidiéndoles consejo sobre si mi relación con ella es viable en mi vida; si me sigo moviendo por impulsos sin un camino al menos mínimamente trazado tal vez ella sea simplemente otro impulso más. Que si no soy feliz con mi vida debo cambiarla cueste lo que cueste; aún a pesar de ella.

Que para ser una persona que no sabe nada acerca del dolor soy capaz de dañar a los demás con demasiada facilidad.

No creáis que no respondí; que no le hice ver, como tantas otras veces, que no había lugar para la determinación en mi vida; que si no dejo que aquellos que más quiero me aconsejen no seré capaz de afrontar con mínimas garantías las consecuencias de mis actos; que debo estar totalmente segura de cual ha de ser el paso a tomar porque no existe ninguna guía para asimilar con garantías lo que cargo en vida y debo estar preparada para llegar al límite; al que me enfrente: Porque sea el que sea será posiblemente un paso definitivo sin segunda oportunidad, y eso le cambia el carácter a cualquiera.

Algunas cosas quedarán en el camino y otras podré llevarlas conmigo. Pero todo será distinto; para bien o para mal.

No seré la misma de antes ni seguramente querré serlo.

Intento evitarlo, pero siempre que pienso en todas las personas a las que he matado sólo quiero acurrucarme en alguna esquina. Deseo tanto sentir un abrazo que sólo puedo sollozar desconsolada mientras pienso y me veo incapaz de entender cómo me es posible quitarle la vida a alguien; no entiendo qué ha sucedido para que me convierta en una asesina… en una escoria… en un deshecho extraño.

Bien pensado… cada vez que golpeo a alguien siento como si pudiese dar rienda suelta a la soledad que padezco, al dolor de alma que soporto, a la ira y a la desolación; al pesimismo y al desamparo que me envuelven. Cada vez que eso sucede muere alguien, y cada vez que alguien muere vuelvo a sentirme igual de mal. Nadie, ni la peor de las personas sobre la faz de la tierra, tiene la culpa de lo que me sucede, de lo que soy o de lo que seré. No tienen porqué pagar un precio que no han marcado por crueles que sean ni puedo cambiar por mucho que quiera lo que el ser humano es en realidad: un ser mucho más abyecto y oscuro de lo que yo soy.

A pesar de mis palabras no creo que exista otro camino, pero tampoco quiero que mi vida se convierta en una mala película de acción, amor y venganza. Sólo quiero una vida normal. Como la de todo el mundo.

En parte es por Iris por quien estoy escribiendo esto. Porque hoy tiene que cambiar mi vida y porque la suya también va a cambiar.

A pesar de que Sasia se opuso desde el principio y radicalmente a la participación de mi habilidad en el transcurrir de los acontecimientos que pertenecen a otras personas, tengo que admitir que cada vez aprecio menos apremio y tensión por su parte; menos énfasis en sus palabras, como si ni él mismo creyese lo que dice. Bien puede ser que sea yo misma la que quiera ver lo que creo ver, pero estoy… casi convencida de ello.

Acaba de amanecer.

Lo siento, Iris; lo siento muchísimo; de verdad.

Pero tengo el traje que me regalaste… y no necesito nada más.