miércoles, 16 de diciembre de 2009

::CAPÍTULO 1 - PARTE 9::



En los últimos años me ha dado por comprar libros y cómics en los que aparezcan personajes invulnerables; que posean una inmunidad física lo más parecida posible a mi invulnerabilidad. Y he encontrado un poco de todo. La mayoría de los personajes poseen más de una habilidad, ninguno se dedica simplemente a “existir” sin intervenir en esta o aquella situación, y nunca (o casi nunca) son representados los inconvenientes cotidianos de sus… poderes. En cuanto a los orígenes, o más bien, en cuanto al momento de su estreno como héroe o villano (no ya cómo consiguieron sus habilidades, sino cómo decidieron tomar partido por un bando u otro) suele suceder una situación límite que los… obliga, en cierto modo, a actuar.

Ninguno es neutral, al menos de entre los que tengo conocimiento. Ninguno se dedica simplemente a convivir de manera ausente con respecto a sus poderes en la sociedad.

Qué debo hacer…

El traje es azul oscuro, casi negro. A ambos lados, en brazos y piernas, tiene… ¿Recordáis la película “Juego con la muerte”? Valentín la ha visto docenas de veces; en ella Bruce Lee lleva un traje amarillo con unas líneas negras que resbalan por los laterales. Es muy parecido, pero en lugar de amarillo es casi negro y las rayas son rojas; y es todavía un poco más ajustado…vaya; creedme. Al parecer lo diseñó Iris con la ayuda de Valentín y lo encargaron a medida; imagino que parte de las caricias a las que me sometió Iris durante los meses previos al cumpleaños fueron (en parte) destinadas a comprobar de la manera más fidedigna posible la medida de mi atlético cuerpo. Unas botas altas y recias del mismo color y unos guantes del mismo estilo se encargan de aportar un poco de seriedad… (me… me parece increíble estar usando esta palabra)… al conjunto. La cabeza queda recubierta enseñando únicamente parte del maxilar inferior, labios y mejillas. El cabello largo habrá de ser tensado y recogido en una coleta que sale por una abertura situada en la parte trasera de la máscara. A mayores, una suerte de abrigo muy largo y con capucha amplia cubre casi todo lo descrito.

Me lo probé casi un año después de que iris me lo regalara. Dos minutos más tarde estaba en la basura, y tras dos horas de indecisión terminó en la lavadora.

Suena a chiste; a chiste malo.

Sasia no quiere ni oír hablar del asunto; hace como que el tema no ha surgido cuando le pregunto su opinión al respecto y mantiene inalterable el tipo de conversación que solemos tener a menudo. Y lo más curioso es que no esperaba menos de él.

A veces me descubro paseando por la calle (por esta o por aquella, no importa) haciendo todo lo que la gente no se atreve a hacer en este barrio. Actuar de este modo me ha enseñado muchas cosas, y una de ellas es que en verdad “perro ladrador poco mordedor”: Si los indeseables ven decisión y autodeterminación en tu mirada serán ellos quienes la aparten. Pero es peligroso hasta cierto punto: es mejor no hacerlos caer en el ridículo delante de sus vasallos, pues buscarán la forma de restaurar su poder. Esto lo he aprendido a fuerza de experimentación, y más de una vez algún jefecillo de tres al cuarto se vio en la tesitura de restituir su mandato y/o imagen y reputación tras una breve reunión improvisada conmigo. Más de una vez y con distintos capullos.

Si alguien insulta gratuitamente a otro en mi presencia; si soy testigo de una falta de respecto y educación flagrante; si veo a indefensos asolados por gilipollas sin sentimientos… me pongo de los nervios; no puedo evitarlo. Y ahí está Sasia, para tranquilizarme y guiar hábilmente mi dura mirada hacia otro lugar.

Cierto día fue Valentín quien me acompañó hasta el gimnasio aprovechando su semana libre; casi siempre que Valentín está conmigo significa que en realidad desearía estar con Iris, pero él más que otros es capaz de resignarse y reservar lo máximo posible sus sentimientos para no interferir en las vidas de los demás; sobre todo si esos demás son sus mejores amigos. Sería la pareja perfecta para Iris, creo; incluso yo, bajo su influencia, me siento mejor persona. Aquel día que vino conmigo hasta la puerta del gimnasio presenciamos antes de llegar una estampa habitual por descortés y humillante: unos adolescentes estaban riéndose de una joven y cortándole el paso simplemente por diversión; valientes cobardes.

Valentín les llamó la atención desde la otra acera simplemente para calcular qué impresión tendrían aquellos chavales ante alguien adulto. Ni caso, como era de esperar: recibió como única respuesta un desagradable (y en verdad gracioso) gesto obsceno que provocó que mis labios exhibieran sutilmente una ligera sonrisa. No me entendáis mal: a pesar de estar molestando a la chica sólo eran unos críos; y me reí del gesto de uno de ellos, no de la situación. El asunto estaba solucionado exactamente un minuto después.

Insisto: no sé por qué no podemos llevarnos todos un poco mejor.

Cuando estaba en cuarto curso de Bellas Artes teníamos un profesor que parecía disfrutar subyugando a los alumnos que no lograban alcanzar los conceptos básicos. E incluso a aquellos que sí los alcanzaban pero no eran capaces de crear algo lo suficientemente serio como para poder salir ya al mercado artístico. “¡Sólo un uno por cien de los que os licenciéis llegaréis a vivir del arte!”, bramaba, “¡Y sólo os licenciáis un setenta y dos por ciento de los que os matriculáis. Yo soy un filtro; uno más; y mi objetivo: decir adiós a los no válidos cueste lo que cueste!”

¿Acaso son las únicas herramientas de un maestro el insulto y la degradación? ¿Cómo tratará a su propio hijo? A su mujer; a su madre. A un desconocido.

Adivinadlo: de manera sorprendentemente cortés, educada y respetuosa. De hecho fue una de las mejores personas que conocí en la universidad. Su actitud era su armadura, y sus palabras la forma de incentivar a sus queridos alumnos. Le costaba horrores mantener ese antifaz frente a los jóvenes aprendices, pero había llegado a una conclusión debido a su experiencia: para él era la mejor manera de inculcar respeto por el arte porque así lo había aprendido.

A través del miedo se consigue habitualmente más que por medio de otros valores o circunstancias; la gente responde a la intimidación por regla general de modo sumiso y afónico. Estas reacciones suponen un crecimiento del poder (y del ego) que posee la persona que intimida a su semejante. Por otra parte, las razones primigenias que llevan al ser humano a utilizar el miedo como herramienta (dejando de lado el hecho de que es una herramienta de control muy efectiva) suelen derivar de determinados traumas infantiles; si se ha crecido con el modo de vida del miedo es muy probable que éste sea el ejemplo a seguir en la vida. Por supuesto no siempre es así, pero la mayoría de las veces amedrentamos a otros porque ha funcionado previamente con nosotros mismos.

En el colegio no soportaba a los abusones; a aquellos chicos y chicas más mayores que habían olvidado demasiado pronto que ellos también habían sido pequeños. Y a pesar de que años más tarde mi vida fue ocupada por otro tipo de preocupaciones últimamente no dejo de darle vueltas al asunto; ya sabéis; lo de siempre: si debo permitirlo o no.

Y entonces me acuerdo de Iván: el matón del recreo. Recuerdo cómo defendí a Iris de sus insultos y empujones; de cómo me puse delante de ella sin decir palabra; de cómo comenzó a tomarla conmigo en uno de los recodos del patio; de cómo me empujó y me levanté; de cómo me volvió a empujar y de cómo me volví a levantar; de cómo me abofeteó y empujó hasta que mi cabeza golpeó la esquina del banco.

De cómo volví a levantarme; de cómo se sorprendió. Pero sobre todo de cómo lloraba de impotencia mientras me pegaba una y otra vez sin poder hacerme daño y de cómo sus amigos comenzaban a reírse de él hasta que apareció uno de los profesores y terminó por separarnos.

No hace mucho Sasia se dejó ver por casa; Iris no estaba en aquellos momentos y aproveché para regalarle un nuevo libro. Bueno; casi: un cómic. Más bien varios.

Los abrió tácito y ojeó por encima las ilustraciones; pasó de un cómic a otro durante unos diez o quince minutos sin decir absolutamente nada, simplemente bebiendo a pequeños tragos y a intervalos regulares el caldo que tenía preparado para él.