domingo, 13 de diciembre de 2009

::CAPÍTULO 1 - PARTE 8::



En el primer año de universidad, un año antes de la muerte de Dora y nueve después de la muerte de León, Eva y Aquiles, debería haber perdido mi virginidad. ¿Adivináis por qué me fue imposible? Según Iris es un dolor… muy variable; pero un dolor que nunca experimentaré, en todo caso. Como todos los demás.

Puede que no haya sido la comparación más adecuada pero… con esto quiero decir que cuando alguien habla de la invulnerabilidad lo hace siendo poco o nada consciente de todas las implicaciones que pueden verse aparecidas en la vida cotidiana tal y como todos la entendemos. A veces, esperando un autobús o paseando por el parque, escucho hablar a jóvenes de cómics y partidas de rol; aluden a la invulnerabilidad de este o aquel, quienes la aprovechan para hacer el bien o el mal, pero no piensan en los inconvenientes. Lo entiendo, como ya dije, y entiendo el valor intangible de la palabra en ciertos contextos; pero deberían verme: una superheroína virtualmente invulnerable que todavía es virgen, que no usa su don para repartir justicia ni para quitarla… y obsesionada por encontrar el modo de perder su… habilidad.

También he pensado en ello. Si no hubiese sido invulnerable habría llevado una vida normal, como la de todo el mundo, con sus experiencias, sus anhelos a veces frustrados, sus pequeñas o grandes victorias… podría incluso quejarme de lo “normal” que sería mi vida; de las miradas curiosas hacia las lesbianas (podría incluso ofenderme en otras circunstancias), del trabajo que no me gusta, de lo caro que está todo, de la muerte de mis padres y mi hermano… seguramente iría al psicólogo (tal vez al psiquiatra) para hablar con alguien de lo anodina que sería mi vida.

Hoy por hoy preferiría todo eso. Porque en el fondo ninguna vida es normal; todas han tenido una evolución interesante y curiosa; todas acumulan determinadas experiencias que otras no poseen y viceversa; todas han extraído conocimientos de su discurrir… Pero una vida hoy considerada normal, lo es en sentido peyorativo: sólo los extremos (“tiene mucho dinero ¡Qué vida lleva! ¡No es normal!” o “es un aventurero: se fue a la otra punta del planeta con la única compañía de su trompeta y su tarjeta de crédito ¡No es normal!”, como mil ejemplos más) son considerados como no normales. El deseo de riqueza es lo que nos hace desear no ser corrientes, considerando que la normalidad es aburrida. Es falso; pero me importa una mierda lo que siga pensando la gente. Yo sí que no soy normal: para mí el trabajo es un modo de evadirme de mi realidad cotidiana y supone un respiro; no me ofende lo que piense la gente extremista ni me preocupa demasiado la muerte de mi familia; no me interesa quien gobierne el mundo. Porque no tengo un solo momento libre para ocuparme de esas vicisitudes.

Podría ser feliz pero como veis no lo soy.

Tal vez porque tenga que hacer algo con mi vida.

Otro de los momentos que me dan que pensar es aquel en el que me dirijo hacia el pequeño baúl de nuestra habitación. Esto sólo lo hago cuando Iris está en el trabajo, Valentín de patrulla y Sasia cojeando a lo largo y ancho de la ciudad. Dentro del baúl está el regalo de cumpleaños con el que Iris me sorprendió hace dos inviernos.

¿Os hablé ya del señor Vulnus? Aquel mismo año el regalo de Sasia había sido un gato, el cual justo en el momento de salir de la caja de cartón perforada cogió las de Villadiego velozmente por la terraza hacia los tejados de la zona.

Como digo, el caso es que a veces, cuando estoy sola, abro el baúl y saco una caja de tela que guarda el regalo de Iris. Me enfadé… me enfadé mucho, tal vez más de la cuenta con ella, pero ni era el momento apropiado para aquel tipo de bromas ni, por supuesto, era el detalle más adecuado. A Sasia tampoco le gustó; se limitó a terminar su bebida, levantarse exagerando todavía más de lo habitual su cojera y salir por la puerta sin hacer el más mínimo ruido. Yo quedé estupefacta cuando abrí el regalo, y ni siquiera lo llegué a desempaquetar del todo. No os creáis: tardé casi medio minuto en darme cuenta de lo que era.

Un traje.

Un disfraz.

Fue lo más humillante que me sucedió nunca, y tardé en perdonar a Iris. Pero a día de hoy debo admitir dos cosas: la primera es que no merece la pena perder el tiempo en enfados con la gente que quieres y te quiere por algo que fue hecho con la mejor de las intenciónes y el peor de los sentidos del humor y la segunda… la segunda es que no se si ponérmelo… de nuevo.

Veamos: ya se que no fueron muchos los años bajo las íntegras enseñanzas de mis padres; y además fueron los años de mi niñez, cuando más importante es jugar y descubrir cosas nuevas cada día; si para ello debía tener cuidado con las figuras de cristal del mueble de salón por seguro lo tendría; si para poder jugar más tiempo debía compartir mis juguetes con otras niñas lo hacía y listo. Con Dora las situaciones y sus enseñanzas obtuvieron una respuesta más consciente por mi parte; ya sabía de qué hablaba pues comenzaba a conocer el fondo del ser humano. Aquellas dos influencias fueron apoyadas años más tarde por el caballero de blanca armadura llamado Valentín, e Iris también supuso una influencia en tal sentido. El único que contradice lo que me han enseñado es Sasia; y la verdad es que no lo hace nada mal.

En este mundo hay gente especialmente predispuesta para determinadas actividades; solemos decir que tienen un don; los mejores de ellos son considerados genios: artistas, científicos, matemáticos, filósofos… todos ellos han usado sus habilidades (obviando otros intereses menos éticos) para compartir el conocimiento con el resto de la raza humana; otros para ayudarnos en nuestra evolución. Parece que todo el mundo que recibe una habilidad debe (“así es, así debe ser y así será”) posponer cualquier necesidad o deseo individual en pro del conjunto. Pero no todos los genios lo han hecho; no todo el que ha recibido un don lo ha utilizado para el bien o para el mal; algunos genios anónimos simplemente han vivido su vida, aislados del concepto “global”.

Esta cuestión es la que me da más dolor de cabeza (es un decir): mi “habilidad” no la he cultivado; no me ha supuesto ningún esfuerzo ni conseguirla ni mejorarla. Ha transcurrido su evolución de manera… natural, podríamos decir. Y si yo no lo he querido ¿Por qué debo dejar mi vida de lado y dedicarla a salvaguardar el orden? ¿La justicia? ¿La ética?

No soy la más indicada para imponer orden ni impartir justicia ni dar ejemplo de ética; en ese sentido soy como la mayoría: tengo vicios que cultivo a menudo, tentaciones en las que caigo de vez en cuando y una ética que deja bastante que desear. Por supuesto se lo que está bien y lo que está mal, y de hecho en ocasiones reacciono según esa estimación entre lo bueno y lo malo; pero es mi estimación, y con ella y con mis actos estoy cambiando el devenir natural de la especie humana; vale: a niveles ínfimos, pero lo estoy cambiando. Y no se si quiero hacerlo.

La gente a la que he dado muerte: ¿Acaso no podrían cambiar? ¿No es posible que en un futuro más lejano o más cercano se convirtiesen en referentes en algún campo? ¿En modelos a seguir? ¿Cómo he cambiado las cosas con mis intervenciones?

Dora me enseñó a compartir; Eva me enseñó a distinguir el bien del mal; León me enseñó a disfrutar; Iris me enseñó a amar; incluso Aquiles me enseñó la ternura; Valentín me enseñó el valor; y Sasia me enseñó que todo lo anterior debe tener su contrapunto…

Su contrario; su Némesis.

La imagen de la balanza se ha utilizado desde tiempos de los egipcios para definir o representar los conceptos de justicia y derecho. En mi propia balanza, por un lado, aparecen Dora, Eva. León, Aquiles, Valentín, Iris y pocos más. En el otro lado están Sasia y la mayoría del resto del mundo.

La mayoría del resto del mundo… ¿Os dais cuenta?

Cada vez más a menudo me cabrea la violencia a la que nos estamos acostumbrando; seguramente no es mayor que hace unos siglos (vale; somos algunos millones más de habitantes. Me refiero en comparación), pero últimamente está allí donde observemos. Si en aquel entonces vivíamos en algún país de Europa y había masacres en cualquier otro lugar esa información llegaba (si lo hacía) años después; no afectaba a la vida diaria como lo hace en los tiempos que corren.