sábado, 12 de diciembre de 2009

::CAPÍTULO 1 - PARTE 7::



Pero repito que fue gracias a Sasia, en el fondo, por lo que Valentín está vivo, aunque no lo sepa ni lo vaya a saber jamás. Me abalancé como una fiera contra ellos consciente de que nada habría de sucederme.

Al primero le rompí el cráneo con una barra de acero de las obras; el segundo corrió con la misma suerte; el fornido tercero logró con enorme rapidez frenarme con una presa que inutilizaba por completo la parte superior de mi cuerpo; el cuarto recibió tal patada en los testículos que cayó de rodillas perplejo y gimoteando con desarticulados gritos sordos de dolor; creo que incluso vi salir sangre por su boca. El quinto golpeó mi cara con saña una y mil veces mientras el sexto se desquitó con la barra que yo había soltado golpeando violentamente mis rodillas; por lo menos se habían olvidado del pobre novato.

Hasta ese punto todo fue indescriptiblemente rápido, pero una vez que te encuentras completamente inmovilizada la percepción del tiempo cambia ligeramente y comienzas a ser consciente de tu nueva realidad de un modo más profundo; más racional.

Estúpida; completamente estúpida. Podría haber logrado el objetivo de alejar el centro de atención de Valentín de mil maneras distintas en lugar de lanzarme como una zorrita caliente y sedienta de sangre al meollo del asunto.

A partir de entonces para mí, como digo, todo sucedió despacio.

Sasia rompió con furia el mango de su bastón sobre el cráneo del quinto, y con la navaja que descansaba en el cinturón del tercero asestó una profunda y mortal puñalada en el pecho del sexto. Séptimo, octavo, noveno y undécimo reaccionaron sacando varias armas de fuego y dispararon enloquecidos al bulto, pero Sasia se había desplazado hábilmente hacia la espalda del desdichado tercero. Fuimos este último y yo quienes recibimos la descarga. La navaja del tercero voló sobre mi hombro y terminó introduciéndose en la cuenca del ojo izquierdo del noveno antes incluso de que el gigantón tercero se desplomase. Recibiendo de manera continuada los disparos y con Sasia protegido detrás de unas vigas llegué inexpugnable hasta séptimo y octavo.

En ocasiones como aquella siempre acabo pensando en Iris; en su tierna mirada; en sus dulces labios; en sus delicadas palabras; en su tersa figura. Y cada vez me convenzo a mí misma de que no debo seguir con ella; de que no soy lo suficientemente buena para ella. Pero… ¿Qué puede pensar una persona que sólo es capaz de proporcionar placer y que nunca podrá recibirlo? Me gusta hacerla sentir más allá, etérea, proyectada, levitada en el placer que te regala la simple presencia de aquella que amas; pero sobre todo querría mantenerla lejos del mundo en el que poco a poco me estoy introduciendo.

Hoy, cuando escribo estas palabras, entiendo mejor que nunca que lo nuestro no durará mucho más. Gracias al cielo que Valentín podrá consolarla y hacer menos dura la pena.

Desde hace poco menos de dos años acudo regularmente a un pequeño gimnasio a media hora de casa; los paseos que realizo Martes y Viernes a las doce de la noche terminan en sesiones de entrenamiento intensivo que me ayudan a desarrollar una mejor coordinación entre mis músculos y mi mente, y siempre le pido al profesor de boxeo que me exija más y más; en el ring ya tengo fama de saber encajar los golpes. Pero si quiero que mi cuerpo obedezca a mi cabeza cuando ésta tome el control, y que en otras ocasiones sea el cuerpo el que reaccione de manera instintiva debo entrenar, entrenar y entrenar. En el gimnasio no aprendo boxeo: Sólo coordinación.

Es con Sasia con quien aprendí a pelear; sobre todo… me enseñó a pelear de un modo algo sucio; bastante… rastrero, en realidad; poco honorable, si quieres: Pisotones para desestabilizar al oponente, patadas a las espinillas, a la ingle, golpes en la garganta, cabezazos, y su famosa llave de nariz: es increíble lo frágiles que son las fosas nasales y el dolor que (dicen) se siente; puedes manejar al más fuerte y agresivo de tus rivales si logras introducir índice y corazón en su nariz; se convertirá en un amansado corderillo.

En realidad no es gran cosa lo que se de peleas (aunque he estado en unas cuantas), y aunque podríais pensar que no necesito defenderme (¿De qué debería hacerlo?), la lección que me dio Sasia la noche que salvamos a Valentín fue que no pueden herirme; pero sí retenerme.

Desde que nos hicimos amigos de Valentín (es increíble lo que puede llegar a unir un secreto como el mío en las manos adecuadas) le he ayudado en un par de ocasiones; todas ellas relacionadas con borrachos violentos, atracos a mano armada… y siempre sin que nadie más que Valentín, Iris y Sasia sepan que intervengo. Digamos que estoy violando ostensiblemente todas las indicaciones que Sasia tiene a bien en ofrecerme. Pero cuanto más pienso en ello tengo más claro que es lo que debo hacer.

En ocasiones extremas me quedo casi sin respiración; y lo que está más que claro es que “necesito” respirar; necesito oxigenar las células de mi cuerpo para no morir; necesito que la hemoglobina transporte el oxígeno a través de las arterias… creo. Sólo hubo una vez en la que me atreví a experimentar mis límites en ese campo sin quererlo; sin haberlo pensado siquiera. Fue en la fundición; el mismo día que probé su calor.

Sinceramente estoy completamente perdida; no puedo llegar a comprender por qué me sucede lo que me sucede; me veo incapaz de entender… ya no el por qué, sino el cómo. Y el hecho de que Iris se siga mostrando tan insistente estos últimos días seguramente acabe por inclinar la balanza en su favor: tal vez deba ponerme en manos de algún… ¿Médico? No estoy segura. Por supuesto no podrán tomarme muestras de sangre, y aunque me puedan hacer muchas otras pruebas, aunque sea posible que la medicina consiga ofrecerme alguna respuesta… ¿A quién puedo acudir?

¿A quien acudiríais vosotros? ¿Qué haríais?

Cuando Sasia y yo acabamos con los pobres desgraciados que habían pensado que podían hacer lo que les viniese en gana llevamos inmediatamente a Valentín a urgencias; o al menos decidimos hacerlo. Prudentemente a un lado, dejé que Sasia se encargase de llevar al pobre chico al hospital más cercano en el mismo coche de policía abandonado en la mitad de la calzada. Al día siguiente me contó cómo se había desarrollado todo y me dijo que me quedase tranquila: la historia que había elaborado para la policía no hablaba en absoluto de una chica inmune a todos los males y que podía recibir impactos de bala con la misma tranquilidad como quien fuma un pitillo. Además: el pobre muchacho no podría hacer declaraciones hasta pasado un tiempo.

Realmente no se nada de él. ¿Quién es Sasia? Por lo que cuenta ha viajado mucho más de lo que yo lo haría en varias vidas; sabe pelear con tanta dureza y destreza como sucios son sus golpes y nunca pareció asombrarle demasiado mi habilidad. Aunque veo el buen fondo oculto bajo unas maneras a veces un tanto crueles o amorales, su historia… su verdadera historia ha de ser por fuerza intrigante y sobre todo reveladora; la historia del verdadero Sasia.

No lo sabíamos, pero el caso es que Valentín estaba consciente cuando Séptimo, octavo, noveno y undécimo disparaban enloquecidos; nunca estuvo del todo seguro de lo que vio hasta que meses más tarde yo misma se lo confirmé no sólo con palabras, pero lo último que recuerda (y cito sus propias palabras) fue ver a “un demonio con forma de mujer que no retrocedía ante las balas”. Algo poético de más para mi gusto; y aunque tampoco sepa esto Valentín, siempre saboreé la descripción que hizo de la primera vez que nuestros caminos se cruzaron.

Y en cuanto a Sasia… fue él quien me encontró a mí.

El banco en el que trabaja Iris fue atracado varias veces; sólo una desde que ella trabaja allí. Era muy temprano y apenas había clientes, pero aquel día un viejo vagabundo se encontraba en el interior de la oficina. Para cuando supe lo que había sucedido Iris ya estaba en casa acompañada por un par de agentes de policía. Se abrazó a mí con una mezcla de intensidad y alivio mientras me explicaban lo sucedido: el atracador había sido reducido por un anciano indigente salvando así la situación del peligro de pérdidas humanas. Al parecer desde la alcaldía se estaba estudiando ofrecerle una insignia al mérito y una recompensa por su labor… ¿Cómo la habían llamado? Si; labor social. El mismo Sasia apareció tras los agentes interesándose por el estado de Iris antes de acompañarlos a comisaría. Nuestras miradas se cruzaron y tras un brevísimo instante de sorpresa esbozó una ligera sonrisa.

Sasia. Nunca dejará de sorprenderme. Muchas veces le he preguntado por qué; por qué actuó en una situación en la que tantas veces me ha aconsejado no intervenir; por qué rompió de aquella manera sus pilares morales; por qué arriesgo su integridad física de aquella manera. Nunca le dieron la insignia, y como única recompensa recibió una tarjeta que le permitía descansar en los albergues cinco días más de lo estipulado por ley, tarjeta que rompió nada más terminar el sencillo acto público organizado para tal ocasión. El banco se limitó a darle las gracias por su desinteresada colaboración.

A la semana siguiente llamó a nuestro timbre y le invitamos a entrar; Iris todavía estaba de baja, por lo que ambas pudimos disfrutar de su compañía y hacerle ver nuestra gratitud. No quería nada: ni bonos de pernocta del excelentísimo ayuntamiento, ni dinero del banco, ni favores de nadie ni comida; llevaba años arreglándoselas sólo muy bien y no tenían que cambiar las cosas por lo sucedido. Sólo quería conocernos un poco mejor.

Imagino que fue entonces cuando comenzó su particular misión.


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